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El lado interesante y el lado estresante de las tomas de muestra

Oct 7, 2023

Por: Lic. T.M. Giuseppe Gamarra Hurtado – Coordinador Académico de la Carrera Técnica de Laboratorio Clínico y Anatomía Patológica.

Sin duda alguna, uno de los momentos más complicados para una persona es aquel en el que tiene que ir a un laboratorio clínico. Su médico, luego de su respectiva consulta, le ha solicitado algunos análisis para poder verificar su estado de salud. El paciente al salir del consultorio de pronto tiene conciencia que deben extraerle (seguramente) varios litros de sangre, que ha de enfrentarse (según él cree) a una gigantesca aguja y a un indescriptible dolor que será (qué duda cabe) imposible de manejar. Comienzan entonces a aflorar desde las profundidades de su subconsciente, sus más terribles recuerdos y también aquellos temores infantiles que creía ya superados. No ha pisado aun el laboratorio, probablemente ni siquiera aún ha salido de su casa, pero ya lo tenemos en contra nuestra. El miedo lo pondrá probablemente agresivo y dado a escuchar pocas razones. Su yo defensivo ha salido a tomar el mando y terminará transformándose en uno de esos pacientes que pondrán a prueba toda nuestra sapiencia profesional y personal. ¿Podremos acaso revertir todos esos años de miedos ocultos y convertirlo en un paciente modelo? De seguro, la respuesta es “no”. ¿Qué hacer entonces? Bueno, no existe una fórmula mágica y salvadora para resolver este problema, pero sí hay dos cosas que podemos hacer y que nos ayudarán a capear el temporal a la vista y no morir en el intento: Ganarnos su confianza y tratar de minimizar sus miedos.

No creo en los amores a primera vista, pero sí en las buenas primeras impresiones. Por ello, la primera impresión que le demos al paciente determinará que nos brinde su confianza o no, y si logramos tener su confianza, probablemente la mitad de la extracción sanguínea ya “está hecha”. Una actitud serena, segura, pero además amable (saludar respetuosamente) y cordial (sonreír) puede borrar de un solo golpe su desconfianza: Si el paciente siente que su brazo (y su preciada sangre) están a cargo de un profesional que irradia confianza y muy seguro de cada uno de los actos que realiza (sin llegar a parecer soberbio), de seguro no pondrá mayores reparos ni objeciones. Nada nos da más confianza que sentirnos atendidos por “el mejor”. Y si además “el mejor” es alguien que sonríe (sinceramente, no por compromiso), tendremos el combo casi perfecto.

¿Por qué dije el “combo casi perfecto” y no “perfecto”? Porque el paciente es también nuestro cliente y como cliente que es, lo que compra o lo que usa (el servicio) entra por sus ojos. Siempre nos gusta comprar lo que se ve mejor. De hecho, muchas veces sacrificamos la funcionalidad o la utilidad de lo que compramos (o usamos) con tal que se vea bien o tenga un aspecto bonito. Por eso, bajo ninguna circunstancia debemos descuidar nuestra apariencia. Guardapolvo impecable, de blancura casi cegadora. Guantes limpios (sin rastros de sangre) que brinden seguridad al paciente con respecto de quién y con qué los va a tocar. Por otro lado, lo que voy a mencionar puede parecer una exageración, pero acaso ¿no es cierto que uno se siente cómodo si está frente a una persona que despide un aroma agradable? No digo usar Channel N°5, pero si oler a limpio. Nada que el agua y el jabón no puedan lograr trabajando en equipo. Su paciente (cliente) siente que está poniendo su valiosa vida en nuestras manos y quiere ser atendido no sólo por “el mejor” sino también por “el que se vea mejor”. Otra vez las primeras impresiones.

Sin embargo, si bien en ese momento el mundo del paciente casi se reduce a una aguja (que él ve del tamaño de una lanza romana), lo cierto es que no deja de mirar también alrededor. Le preocupa que el lugar donde va a dejar la sangre que corre por sus venas (la misma que la de sus antepasados ilustres) no reúna las condiciones de calidad y garantía que hagan merced a su alcurnia. Y lo primero que mirará será su mesa de trabajo. El orden de sus tubos, la pulcritud de sus agujas y torundas de algodón, y esa ligadura que tocará su piel. Será capaz de observar el minúsculo polvillo acumulado en las esquinas de su mesa, mirará el óxido del metal y con una vista superdotada podrá ver la microscópica gotita de sangre detrás del frasco de alcohol. Por estas razones, la mesa de trabajo debe estar de acuerdo con un término aun no inventado para limpieza extrema. Y el orden, debe ser casi compulsivo: Pocas cosas generan más desconfianza en un paciente que la poca limpieza y el mucho desorden. El paciente ya viene con miedos propios, no necesitamos que su desconfianza los potencie y se desencadene un desastre difícil de controlar. Recordemos una vez más, que el paciente considera que nos va a entregar algo que considera muy apreciado (su sangre), así que necesitamos toda la confianza de su parte. Si tenemos su confianza, colaborará con nosotros.

Saben ¿por qué le tememos a la oscuridad? Porque no sabemos que hay en ella. El no percibir que nos acecha desde su negrura nos atormenta, nos paraliza o nos hace reaccionar de maneras inesperadas. Pero lo que resulta divertido es que aquello que se oculta agazapado, listo para acabar con nosotros, casi siempre solo está en nuestra mente. Al prender la luz, descubrimos que en realidad no había nada más que una imaginación muy juguetona. Y es que una de las cosas a las que más le teme el ser humano es a lo desconocido. Imagínense llegar a un lugar muy pulcro, ser atendidos por un individuo muy amable, pero que para su horror no pueden reconocer porque lleva una mascarilla. Lo ve manejar hábilmente unos tubos y con una destreza envidiable le acaba de poner algo que le aprieta el brazo. De pronto aparece ante usted una aguja que le recuerda que la última vez que estuvo en un trance parecido tenía 8 años y salió corriendo de ese sitio. Sólo sus recién cumplidos 40 años le impedirán salir también corriendo en esta ocasión. Seguramente se quedará ahí sentado, pero hará todos los movimientos de un diestro torero para evitar el pinchazo que inevitablemente llegará. Pero ¿por qué está sintiendo todo esto? ¿Por qué está en un estado de terror que hace que no colabore con nosotros? Simplemente porque nadie le explicó los pasos que iban a ocurrir. Nadie se tomó la molestia de decirle cuales iban a ser los procedimientos a seguir. Es decir, nadie tuvo la amabilidad de aliviar su temor a lo desconocido. Por ello, es de vital importancia, siempre informar al paciente acerca de todo el procedimiento a realizarse para que disminuya su temor y esté dispuesto a colaborar con nosotros. Evidentemente eso no eliminará su miedo visceral a las agujas, pero por qué sumarle un miedo más si podemos eliminarlo con una amable y cordial explicación. Como dije al principio, no eliminaré sus miedos, pero si puedo minimizarlos.

Tomar un espécimen sanguíneo tiene mucho de técnica, pero bastante más de arte y psicología. Recordemos siempre que este lado de la aguja es interesante, pero el otro lado es estresante. Pongámonos en ambos lados y habremos dado un paso gigantesco para aprender a hacer buenas extracciones sanguíneas.

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